A estas
alturas nadie duda de mi absoluta devoción por los Medias Rojas. Todo
el mundo sabe que soy un fiel y buen patriota de la Red Sox Nation, pero
parece que hay vida más allá de Fenway. Para hablar de ello nace Elevado a los jardines.
El 15 de abril es una de las fechas más importantes del calendario deportivo estadounidense. Un día que ha trascendido más allá del béisbol y se ha convertido en símbolo de la lucha por los derechos civiles. El dorsal 42, que normalmente no puede ser elegido por ningún jugador, luce en las zamarras de todos los peloteros. De esta manera se honra a Jackie Robinson, primer jugador negro que en 1947, y con el 42 a la espalda, debutó en unas Grandes Ligas que eran coto privado de los blancos.
Seguro que ese verano del '47 no fue la primera vez que blancos y negros jugaron juntos al béisbol (aunque si lo fuera de manera profesional). Seguramente el pasatiempo nacional había venido funcionando como elemento integrador desde años atrás. Es fácil imaginar a un soldado yanqui bateando una bola lanzada por un niño negro de la Georgia liberada. También es probable que los chavales del Bronx jugaran en la calle sin fijarse en el color de piel de sus compañeros. O que un puñado de jóvenes, blancos y negros, corrieran por unas bases torpemente improvisadas en algún terruño de la Alcarria.
Pues si. En España, diez años antes de que Robinson maravillara y escandalizara a Estados Unidos a partes iguales, tuvimos un partido en el que negros y blancos jugaron mezclados sin darle importancia. Como si fuera la cosa más normal. Si morían juntos en las trincheras por qué no jugar juntos al béisbol.
Entre los brigadistas que llegaron a la península Ibérica para luchar contra el golpe de estado de 1936 hubo muchos americanos, y muchos de ellos eran negros. Unos pocos, incluso, eran jugadores de béisbol. Entre ellos estaba Basilio Cueria Obrit.
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Basilio (derecha) junto a otros brigadistas. |
Basilio era cubano, pero en 1921 llegó a Nueva York huyendo del régimen de Batista y Machado. Allí tuvo la oportunidad de jugar en algunos de los equipos afro-cubanos que florecían por todo Estados Unidos. Nunca llegó a destacar, y jugó más bien poco, pero su físico era imponente. Tanto es así que Syd Pollock, una de las figuras más importantes de las Negro Leagues y descubridor de Hank Aaron, lo rebautizó como Babe Ruth Cueria. Casi nada.
A principios de 1937 Basilio tomaba la decisión más difícil de su vida. Sin saber muy bien por qué iba a abandonar a su familia para arriesgar la vida en un conflicto que sacudía un país lejano. Después de dejar atrás la isla Ellis y cruzar el Atlántico desembarcó en la costa francesa, donde junto a otros muchos voluntarios americanos cruzó los Pirineos para entrar en España.
Tras la batalla del Jarama buena parte de los brigadistas internacionales (especialmente los americanos) fueron acantonados en Albares (Gualadajara). Pasaron allí el verano del '37, esperando a que se les asignara un nuevo destino. Durante aquellos días se produjo un acontecimiento surrealista que no hubiera desentonado en "Amanece que no es poco".
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Voluntarios del batallón Lincoln. |
Parece ser que desde Estados Unidos alguien mandó a los soldados un cargamento de bates, guantes y bolas de béisbol. Una tarde, en las afueras de Albares, se organizó un partido. "Seleccionamos un área que ofrecía las mejores posibilidades, aunque no eran muchas", narra Harry Fisher en su autobiografía Comrades: Tales of a Brigadista in the Spanish Civil War. "El infield estaba lleno de piedras y desnivelado; mientras que en el outfield había varios árboles. Además el jardín izquierdo era unos veinte pies más grandes que el derecho. Pero al final conseguimos jugar al béisbol, algo que divirtió mucho a los niños españoles".
Otro testimonio, en este caso de Maynard Goldstein, cuenta como un partido de béisbol (no especifica en que parte de España aunque si habla de ese misterioso cargamento de bates, guantes y bolas) enfrentó a miembros del batallón Lincoln contra miembros del batallón Washington. Si Fisher nos decía que el campo donde jugaron era un auténtico patatal, Goldstein asegura que el suyo era "liso, duro y lo suficientemente grande como para suponer un reto para los bateadores. Parecía que estaba esperando a que alguien cantara el Take me out to the ball game".
Como vemos los testimonios son muy vagos. No sabemos a ciencia cierta ni donde ni cuantos "partidos" se celebraron. Tampoco sabemos si Basilio llegó a jugar en alguno de ellos, aunque queremos pensar que si.
Queremos imaginar a Basilio en un cajón rudimentario. Sosteniendo el bate con las dos manos. ¿Curva o rápida?, pensará al tiempo que descubre que el pitcher es un chico blanco de Cleveland. Entonces mirará sorprendido a tercera base y verá que allí hay un negro. A lo lejos, en el jardín izquierdo, a duras penas distinguirá la silueta de un portorriqueño. Mientras ajusta su swing Basilio descubrirá por qué dejó a su familia y vino a combatir a España. Lo hizo para que partidos como este se pudieran jugar en los estadios de los Estados Unidos.
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