El 1 de agosto Larry Lucchino anuciaba su dimisión como Presidente y CEO de los Boston Red Sox. En esa misma comparecencia el propio Lucchino hacía público que su sucesor sería Sam Kennedy. El nuevo presidente de los Red Sox es un ejecutivo vinculado desde hace tiempo a la gestión de organizaciones deportivas. Empezó con unas prácticas universitarias en los Yankees para unirse en 1996 a unos San Diego Padres presididos por Lucchino. En 2002 ambos abandonaban California y se unían a los Red Sox. Mientras que la carrera de Lucchino se "limitó" a presidir el equipo de béisbol Kennedy compatibilizó puestos en la franquicia con otros en el Fenway Sports Group. Esta compañía es entre otra cosas propietaria de los propios Red Sox, del Liverpool y de los derechos de imagen de Lebron James. En 2009 Mike Dee, presidente del conglomerado, se iba a los Miami Dolphins y Kennedy asumía la presidencia.
El curriculum de Kennedy como gestor es impresionante, y una vez fue nombrado presidente de los Red Sox nadie puso en duda sus capacidades como administrador, pero su experiencia en el ámbito puramente deportivo es nula. Por ello parecía evidente la necesidad de contratar a otra persona que cubriera esa carencia. Lo más lógico hubiera sido promocionar a Ben Cherington, GM de Boston desde 2012, al puesto de presidente de operaciones beisbolísticas pero la decisión fue totalmente opuesta y sorprendente. El 18 de agosto se anunciaba que el elegido era Dave Dombrowski. Ideólogo de los Detroit Tigers durante las últimas catorce temporadas, Dombrowski había renunciado a su puesto en la franquicia de Michigan dos semanas atrás. Inmediatamente después de este anuncio Cherington, en un ejercicio de honestidad profesional, presentaba su dimisión. La espantada de Cherington no era una simple rabieta por no haber sido el elegido, sino que tenía un trasfondo mucho mayor: el cambio de filosofía en la gestión deportiva de los Red Sox que suponía la llegada del ex de los Tigers.
Lo primero que sorprende en el nombramiento de Dombrowski son las fechas. Normalmente este tipo de decisiones se hacen públicas fuera de temporada. La excusa puesta por la franquicia ha sido que cuanto antes se empiece a planificar la nueva temporada mejores resultados habrá. Lo segundo que sorprende es el nombramiento en si. La elección de Dombrowski supone un auténtico giro copernicano en el ámbito deportivo de los Red Sox. Una franquicia que había apostado por la sabermétrica desde sus orígenes delega en un hombre que no cree en ella. Una organización que había apostado por un farm system potente que formaría a las estrellas del mañana contrata a un profesional que concibe a los prospectos como simples monedas de cambio para conseguir grandes estrellas.
Después de la exitosa campaña de los A's en el 2002 los Red Sox toman conciencia de las enormes posibilidades de éxito que se encierran en el análisis de la estadísticas avanzadas. Le ofrecen a Billy Beane un contrato como GM pero este lo rechaza. No obstante la franquicia de Massachusetts había decidido apostar por este revolucionario modelo y cambia su estructura para adaptarse al mismo. Se contrata a Bill James, gurú de la sabermétrica, como asesor; se nombra GM a Theo Epstein, un estudiante de Yale con ninguna experiencia como jugador o entrenador y se moderniza el sistema de scouts. La llegada de Dombrowski rompe totalmente con esta mentalidad. Él mismo ha manifestado en múltiples ocasiones que las estadísticas le parecen importantes, pero que sus decisiones se basan finalmente en las sensaciones que le trasmite un jugador y en la opinión de sus ojeadores. Poco después de su nombramiento hizo unas declaraciones muy ilustrativas cuando era preguntado sobre esto: "Si las estadísticas me dijeran que José Iglesias no es un buen SS no haría caso. Me fiaría de mis ojos y lo ficharía". Dejando a un lado las discusiones (interminables) sobre el éxito de una u otra forma de confeccionar los rosters decir que lo verdaderamente sorprendente en este caso es el cambio que la gerencia de los Red Sox ha decidido dar.
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Theo Epstein, amo y señor de Wrigley Field. |
Betts, Bogaerts, Swithart, Rodríguez, Bradley o Shaw son algunos ejemplos que demuestran el buen hacer de Boston en las Menores. Además habría que mencionar que la organización cuenta en sus distintos equipos asociados con cinco prospectos (Owens, Johnson, Moncada, Margot y Devers) que aparecen en el Top 50 de los más prometedores de los próximos años.
La gestión por la que Dombrowski apostó en sus catorce años en los Tigers fue totalmente opuesta. Considerado un win-now guy utilizó las jóvenes promesas de las menores como piezas de cambio para conseguir jugadores formados que supusieran impactos inmediatos. Su jugada más arriesgada fue cambiar a seis prospectos, entre los que había dos primeras rondas del draft considerados entre los diez mejores novatos del momento (Andrew Miller y Cameron Maybin), por Miguel Cabrera. A día de hoy es imposible negar que el traspaso fue un éxito, pero en su momento hubo críticas. Por ejemplo, imaginemos que a primeros de diciembre se hace oficial que los Red Sox dan a Rodriguez, Owens, Devers, Marrero y Shaw a cambio de Bryce Harper. Habrá a quien le parezca un movimiento brillante, pero no deja de ser una apuesta a todo o nada. Un all in que algo tan incontrolable como una lesión puede truncar.
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Dombrowski sostiene uno de los trofeos de campeón de la Liga Americana conseguidos en Detroit. |
Dombrowski ha sido traído a los Red Sox para reconstruir el equipo y hacerlo aspirar a todo, pero la tarea no va a ser sencilla. La primera piedra va a ser el ya mencionado choque entre las ideas más clásicas del nuevo presidente de operaciones beisbolíticas y la estructura más enfocada a las estadísticas que impera desde hace años en la franquicia. La impresión es que los propietarios quieren hallar una manera de aunar las dos escuelas multiplicando así las opciones de alcanzar el éxito. En la mano del recién llegado está el combinar su olfato ganador y el buen ojo de sus scouts con los datos sabermétricos.
A su favor cuenta con un puñado de buenos jugadores jóvenes, dos veteranos de lujo como Ortiz y Pedroia y una granja que desborda de talento. En manos de Dave está manejar correctamente los recursos disponible y enderezar el rumbo de los Red Sox. Si tiene éxito nadie se acordará de aquellos prospects que se tradearon, ni de si se apostó por los ojeadores de toda la vida o por la estadística pura. Pero como fracase los aficionados y la inmisericorde prensa de Nueva Inglaterra lo machacaran.
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