A estas alturas nadie duda de mi absoluta devoción por los Medias Rojas. Todo el mundo sabe que soy un fiel y buen patriota de la Red Sox Nation, pero parece que hay vida más allá de Fenway. Para hablar de ello nace Elevado a los jardines.
Hace unos meses unas declaraciones de Bryce Harper en ESPN The Magazine volvían a abrir un viejo debate. La estrella de los Nats aseguraba que los jugadores de béisbol están encorsetados por una serie de reglas no escritas que les obligan a no mostrar sus sentimientos. No pueden celebrar que pegan un home run, ni sonreír cuando logran un ponche. Si lo hacen la vieja guardia se les echa encima y les acusa de no respetar el juego.
Quizás esta obligación de reprimir la espontaneidad es lo que está haciendo que el béisbol no sea tan popular entre la nuevas generaciones. Hace ya unos años que el llamado "pasatiempo favorito de América" fue avasallado por el football, rey absoluto de los espacios deportivos estadounidenses. Más recientemente han salido varias encuestas que dicen que entre los más jóvenes el baloncesto e incluso el soccer son mucho más atractivos que el viejo juego de la pelota.
Harper afirmaba en la revista que le encanta ver como Curry celebra un triple imposible o como Newton sonríe después de una exhibición en el emparrillado. Por otro lado no consigue comprender porque un bateador es golpeado a propósito si celebra un cuadrangular.
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Harper quiere que el béisbol vuelva a ser divertido. |
Uno de los episodios que más ha dado que hablar últimamente ha sido el famoso bat flip de Bautista en los playoffs del año pasado. Ilustres dinosaurios del béisbol como Goose Gossage llegaron a decir que el jardinero de los Blue Jays era una deshonra para el deporte.
Personalmente el cuadrangular de Bautista me pareció uno de los momentos deportivos más espectaculares del 2015. Yo mismo salté en el sofá y grité entusiasmado en el salón de mi casa ante la estupefacta mirada de mi novia. Así que imaginen lo que debió de experimentar Bautista. En determinadas circunstancias mostrar los sentimientos no solo es necesario sino casi obligatorio. Sirve para engrandecer lo conseguido, para resaltar la importancia y la dificultad de un logro alcanzado en una situación especialmente dramática. Esto es lo que hizo Bautista.
El problema viene cuando las celebraciones se convierten en algo rutinario. Cuando situaciones aisladas y/o concretas, con nula incidencia en el resultado final de un partido o una eliminatoria, conllevan muestras de alegría que resultan innecesarias, frívolas y hasta patéticas. De verdad es necesario mirar a la grada de forma amenazante después de hacer un mate en un partido de temporada regular en el que tu equipo pierde por veinte puntos. Por no hablar de los bailecitos de los defensas de football cuando consiguen hacerle un sack a un quarterback que les ha estado destrozando durante toda la noche. Y qué decir de ciertos futbolistas que después de meter un penalti en el último minuto de una prorroga en la que su equipo gana 3-1 se quitan la camiseta y lucen músculo como si ellos solos hubieran ganado el partido.
Afortunadamente estos ejercicios de egolatría en los que un logro individual y aislado se celebra como una victoria total y colectiva aún no han llegado al béisbol. Y la verdad, espero que nunca lleguen. Pero de ahí a catalogar como enemigo del deporte a todo aquel que en un momento de tensión se permite una licencia dramática hay un trecho. Grises por favor, grises.
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